Educar para el futuro es educar para lo desconocido.
Ninguno de nosotros puede saber los cambios con el que el mundo nos sorprenderá. Si bien pueden existir ciertas predicciones en algunos ámbitos, en general está todo sujeto a los contextos del desarrollo mundial y a la reatividad de los seres humanos en virtud de este contexto. Entonces, ¿cómo hacemos para preparar a nuestros niños para ese futuro incierto?
La respuesta no es sencilla y desafía al ámbito educativo en su totalidad. Esta claro que las escuelas no pueden seguir siendo lo que fueron. Nuestros niños y las demandas futuras a las que estarán sometidos necesitan otro modo de construir el pensamiento.
Por esto el cambio es inminente e indispensable, pero sumamente difícil. Hay que modificar muchas estructuras y sistemas para llevarlo adelante, y hay que estar dispuestos a enfrentar las dificultades que esto implica. De todas formas, por nuestra forma de entender la vida y por ende la educación, creemos que cada uno de nosotros puede aportar su granito de arena en este desarrollo y , desde nuestra escuela, estamos dispuestos a enfrentar este desafío.
¿Cuál es? No es sencillo explicarlo pero tal vez, aún pecando en la síntesis, podríamos decir que en las escuelas que educan para lo desconocido el alumno es el protagonista. La mirada está puesta en propiciar ámbitos que posibiliten el desarrollo de cada estudiante como un ser autónomo, emprendedor, resiliente, empático, que construya su propio conocimiento.
Para esto la escuela debe ofrecer espacios flexibles, reflexivos, creativos. Escenarios de aprendizajes que tengan significatividad, ámbitos prácticos, aplicación en la comunidad. Las innovaciones educativas deben involucrar al estudiante como gestor de su aprendizaje y al docente como guía de un proceso el cual motiva y desafía continuamente.