Uno de los aspectos que caracteriza a nuestra época, es viajar, en parte gracias a los avances de los medios de transporte y de las comunicaciones. Pero ¿por qué viajamos en la escuela? Porque es un ejercicio de aprendizaje que nos aleja de nuestro entorno cotidiano, nos pone a prueba y nos permite conocernos mejor unos a otros, y a nosotros mismos.
Cuando viajamos asumimos permanentemente desafíos, que implican mucho más que propuestas articuladas con contenidos académicos; cada viaje está impregnado de objetivos relevantes, que es necesario valorar y hacerlos propios, como un “relato”, con un inicio cargado de expectativas, preparativos y gran carga emocional, un nudo que propone diversidad de escenarios y de sucesos memorables y un final que nos devuelve a la realidad, pero “cambiados”.
Descubrimos y experimentamos cosas nuevas, tenemos una visión más amplia del mundo y de las cosas que componen la vida, nos distanciamos de nuestra realidad y valoramos más objetivamente todo lo que tenemos. Este “cambio de mirada” es uno de los logros anhelados en cada uno de nuestros viajes: nuevas cosas para ver y, fundamentalmente, nuevos modos de ver.
Viajar tiene entonces un nuevo sentido, y es invitar a nuestros estudiantes a que aprehendan otras construcciones culturales del mundo. “Conocer nuevos lugares” es sólo una parte, que sepan que en diferentes lugares la gente tiene otros modos de pensar y crear la realidad, y que desde esos modos viven y sienten es lo que hace del viaje una verdadera aventura al conocimiento. Éste es el camino para que el viaje, como una totalidad, sea algo más que la suma de las partes que lo componen.